En un mundo hiperconectado, acelerado y saturado de datos, la creatividad ya no es un lujo para artistas o publicistas. Es una necesidad transversal. Pero no cualquier creatividad: hablamos de una creatividad relacional, capaz de establecer conexiones inéditas entre ideas, personas, emociones y contextos. Esa forma de pensar (y de vivir) que nos diferencia radicalmente de una inteligencia artificial, por muy avanzada que sea.

El poder de conectar

El neurocientífico Roger Beaty, investigador de la Universidad de Harvard, ha demostrado que las personas más creativas activan varias redes cerebrales a la vez: la red por defecto (imaginación), la ejecutiva (control cognitivo) y la de saliencia (detectar lo relevante). Es decir: la creatividad no es un talento aislado, sino una forma compleja y entrenable de integrar sistemas distintos.

Ahí es donde entra en juego la creatividad relacional: conectar un concepto filosófico con un problema de equipo. Un reto de liderazgo con una imagen. Una pregunta con una emoción. Una intuición con una decisión de negocio.

Lo que la IA todavía no puede hacer

La inteligencia artificial puede procesar información, pero no tiene ni intuición, ni cuerpo, ni memoria emocional. No tiene contradicciones, ni vulnerabilidad. No se inspira porque no se expone. La creatividad humana relacional nace precisamente de eso que nos hace humanos: la capacidad de sentir, recordar, imaginar y confiar sin certezas absolutas.

Mientras la IA reproduce patrones, la mente humana puede generar saltos entre lógicas diferentes. Puede convertir una experiencia personal en una solución profesional. Puede observar una conversación ajena y disparar una idea para su empresa. Puede unir puntos que, a simple vista, ni siquiera parecían estar en el mismo mapa.

Perspectiva, no perfección

La creatividad relacional se cultiva, sobre todo, a través de la perspectiva. No se trata de inventar desde cero, sino de mirar desde otro ángulo. Cuando entrenamos nuestra mente para abrir posibilidades en lugar de cerrar respuestas, dejamos espacio para lo nuevo.

Esto es especialmente relevante en entornos de trabajo donde la presión por los resultados a menudo mata la exploración. La buena noticia: se puede entrenar. Con método, con preguntas, con espacios de pausa. Y, sobre todo, con experiencias compartidas.

Una habilidad de futuro

En un informe del World Economic Forum, la creatividad figura entre las tres competencias más demandadas para el 2025, junto al pensamiento crítico y la inteligencia emocional. No es casualidad. Vivimos una era que necesita menos respuestas automáticas y más preguntas poderosas. Menos «saber» y más «imaginar».

Por eso, cultivar la creatividad relacional no es solo una herramienta profesional. Es una actitud vital. Es recordarnos que la mejor idea muchas veces no surge en la oficina, sino en una conversación, una pausa o un cruce de caminos inesperado.


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